Carlos Velasco, ByEvolution .- Internet, tal cual ha llegado hasta nuestros días, es una infraestructura creada en forma de árbol que enlaza servidores y equipos particulares a través de líneas de comunicación a escala global.

Los usuarios pueden utilizar cualquiera de sus ramas y hojas, los routers y servidores respectivamente, tanto para alojar todo tipo de contenidos digitales como para acceder a lo publicado por cualquier otro usuario con independencia de su ubicación real en la red.

Esta libertad para elegir la ubicación física de los archivos y páginas ha creado la falsa sensación de que Internet es un sistema descentralizado cuando en realidad se trata de un sistema de almacenamiento y transferencia de datos jerárquico y centralizado que es mantenido por instituciones y empresas concesionarias.

Durante los últimos veinte años, los contenidos alojados en Internet se han ido concentrando en torno a un conjunto reducido de grandes proveedores que ofrecen a los usuarios alojamiento y servicios de gran valor añadido en granjas de servidores privados: el cloud.

Tanto es así que el 95% de los contenidos indexados por los buscadores en 2020, ya estaban alojados por cuatro proveedores estadounidenses. Internet, por tanto, no solo es esa red jerárquica a nivel de hardware, sino que también se ha convertido en un entorno centralizado a nivel de software y contenidos.

Cabría pensar que la centralización de contenidos podría haber fomentado la interacción entre los participantes de la red, pero nada más lejos de la realidad. Cada plataforma, aplicación o página web ha sido diseñada y construida como si fuese una isla independiente y aislada que define sus propias políticas de funcionamiento y acceso.

Estas islas, perdidas en un océano gigante, suelen ser totalmente independientes y autónomas. En el mejor de los casos, la página web visitada ofrecerá un enlace navegable para localizar alguna otra plataforma sobre la que delega parte de su funcionalidad conceptual, pero poco más. Es decir, tenemos un Internet repleto de entidades que apenas se interrelacionan y cuando lo hacen, suele ser a un nivel superficial.

La red es tan grande que realmente resultan casi testimoniales las plataformas que intercambian datos y procesos de forma regular. Sin embargo, la necesidad de intercambio masivo de información no solo existe, sino que es uno de los principales reclamos de las comunidades de usuarios. La demanda de desarrollo de APIs que faciliten la comunicación entre sistemas web, por ejemplo, se ha visto incrementada en los últimos años de forma exponencial.

La red está transformándose para crear una simbiosis con el mundo físico, expandiendo así su alcance, objetivos y horizontes. Este crecimiento, lejos de ser orquestado por un actor único o autoridad, responde en realidad al avance caótico derivado del esfuerzo, prueba y error de las distintas comunidades de usuarios.

No es de extrañar entonces que existan diferentes perspectivas o visiones de cuál será forma óptima que Internet deberá tomar cuando se complete la transición al nuevo modelo.

LA WEB 3: EL INTERNET DE BLOCKCHAIN

Web3 es una visión ‘bancarizada’ de Internet en la que determinados fragmentos de información se convierten en bienes digitales que los usuarios deben poder adquirir y vender en mercados públicos y globales.

Desde la perspectiva de las plataformas basadas en Blockchain, el objetivo prioritario no radica en proteger el estado o naturaleza de las propiedades digitales en sí, sino en registrar cuántas unidades de cada activo pertenecen a cada usuario en un momento dado y garantizar que los cambios de titularidad se hagan de forma segura y confiable.

Para estas plataformas, en realidad, la forma o significado semántico de los activos no es relevante y por eso les dan el tratamiento de objetos colaterales o secundarios. El contenido real, o bien será alojado en una plataforma externa, o bien simplemente carecerá de forma física, como es el caso de las criptomonedas.

Las redes #Blockchain, cuando están implementadas correctamente, atrapan los activos bajo su poder a perpetuidad y pasan a auditar toda interacción posible con los mismos. Los usuarios, por lo general, han de demostrar con sus claves privadas la capacidad para autorizar el cambio de titularidad -o de estado- de cada bien digital.

Esta perspectiva, en caso de globalizarse, convertiría Internet en una red de ‘prisiones’ para la propiedad digital: las redes Blockchain.
Cada una de estas redes sería gestionada por un ente desatendido, autónomo y automático cuyo comportamiento se rige por el código fuente desarrollado por su comunidad de desarrolladores, así como por las configuraciones que los mineros apliquen a los equipos hardware que las mantengan en funcionamiento.

De hacerse realidad, la humanidad estaría entregando por primera vez en la Historia los tres poderes típicos de un Estado, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, a una máquina autónoma y desatendida. Una máquina sin dueño aparente que solo responde ante el criterio aplicado por sus programadores en el código fuente, al menos, mientras este código no sea desarrollado por una inteligencia artificial también autónoma.

LA WEB 3.0: EL INTERNET OMNIVERSO

Encabezados por Tim Bernes-Lee, creador de la Web, los actores que dieron origen al Internet actual siguen una tendencia continuista y defienden unos postulados que distan bastante de las propuestas del mundo Blockchain, para los que esta tecnología, en realidad, no resulta una alternativa viable.

Para ellos la Web siempre ha estado ligada a la distribución de contenidos entre los distintos usuarios y su evolución natural es la transformación en un #Omniverso en el que la realidad física se funda con las plataformas digitales para ofrecer una experiencia mixta y enriquecida por las tecnologías de inteligencia artificial -#IA-, realidad virtual -#VR y realidad aumentada -#AR-.

Los bienes digitales -entendidos como conjuntos de datos indivisibles y privados que resultan valiosos para un tercero- pasan a ser los auténticos protagonistas de la nueva Web y la base desde la que construir todo lo demás.

La Web 3.0 se sitúa en las antípodas de la propuesta Blockchain. Los datos privados, en lugar de ser entes externos o insignificantes, se convierten en el motor de la nueva sociedad mientras que los datos públicos pasan a conformar el atrezo que vestirá los escenarios de los distintos #metaversos, plataformas y sitios web de Internet.

En un entorno tan inseguro como la red, garantizar la aceptación absoluta y global de los activos digitales precisa no solo de asegurar el origen de los datos y su contenido actual, sino de certificar, de forma no repudiable, todos los hitos de su historia.

Para los usuarios, es importante saber qué contiene el activo digital, quién lo creó, por qué manos ha pasado y si durante dichos periodos de custodia el activo fue modificado, en cuyo caso, también exigirán un registro de la naturaleza de los cambios.

En esencia, este registro de cambios podría ser realizado por tecnología de registro global distribuido. De hecho, desde 2015 han sido incontables los intentos de ampliar las capacidades de la tecnología Blockchain para dar cabida a esta necesidad, los cuales, en general, o han dado como resultado el colapso de las redes o han impactado muy negativamente en la viabilidad a largo plazo de los proyectos, tanto en costes como en técnica.

La realidad que impide a la tecnología Blockchain ser adaptada con éxito para este menester radica en que no podemos eliminar ninguna parte del registro global de cambios (el ledger) si queremos que todo el ecosistema siga siendo confiable. Por ello, todas las redes Blockchain degradan con el uso sin que pueda hacerse nada al respecto, y lo hacen mucho más rápido cuanto mayor es el tamaño del almacenamiento requerido para cada transacción.

Por explicarlo de forma sencilla, si cada uno de nosotros fuese un activo digital y se generase un informe completo de nuestro estado físico global cada vez que respiramos, las necesidades de almacenamiento para custodiar todos los estados históricos de todos los habitantes del planeta sería inconmensurable. Si además queremos replicar toda esta información en miles o cientos de miles de máquinas independientes, el entorno se vuelve inmanejable, tanto por la complejidad y costes del hardware requerido, como por la dificultad de orquestar a los actores involucrados para que puedan mantener activo el servicio.

Cuando el universo de discurso abarca todos los contenidos valiosos de Internet, es decir, aquellos que tienen dueño, el ejemplo anterior deja de ser un caso de extremo y pasa a convertirse en un caso promedio.

Incorporar al almacenamiento interno de estas plataformas contenidos complejos y de tamaño variable, supondría un altísimo coste energético y un consumo, tanto en disco como en ancho de banda, totalmente indefendible desde la perspectiva técnica y económica. Las plataformas resultantes, además, tendrían serios problemas de sostenibilidad y rendimiento, que irían complicándose con el tiempo y el uso.
Basar el desarrollo propuesto en plataformas Blockhain conduciría, en consecuencia, de forma inevitable y exponencial, al colapso final de todos los sistemas, plataformas y metaversos del nuevo Internet.

La Web 3.0, el Omniverso, necesita un nuevo paradigma que proteja los activos digitales, a sus propietarios y a los propios sistemas que los explotarán de todos los participantes de la red, esto es, de los humanos y de sus asistentes basados en la inteligencia artificial, quienes multiplicarán por millones el volumen de interacciones a securizar en los próximos años.

La propuesta es clara. Los datos privados, el verdadero valor del futuro, deben ser encapsulados -#pods- y protegidos de los riesgos de Internet, de la mala fe de los usuarios y de las capacidades de suplantación indetectable que ofrecerá la inteligencia artificial en breve.
La alternativa es #NDL, una tecnología que parte de las premisas de la Web 3.0 y aplica los objetivos de Blockchain para dar una respuesta unificada a las necesidades de ambos mundos. Una respuesta en forma de un Internet seguro, virtualizado sobre el actual, donde los datos privados son el centro absoluto y los participantes actúan en nombre propio.

¿Estáis de acuerdo?

Articulo original publicado en LINKEDIN